Tardes al ritmo de las mangueras
Santiago, hace…algunos años.
Miércoles. Enero o Febrero. 15 hrs. Ese sol del verano santiaguino que no perdona, rebota en el asfalto como si fuera un espejo. Vuelvo de comprar desde el almacén de la esquina, lentamente, atontado por el calor y hasta podría jurar que mis sandalias se pegan al cemento. Soy un zombie veraniego de 12 años que camina por sobre una sartén. Mis amigos me ven pasar, sentados en la sombra del árbol más grande de la cuadra. Entro a la casa, dejo el encargo sobre la mesa de comedor y salgo a estar con ellos.
En ninguna casa hay una piscina, ninguno de nosotros tiene una inflable. Hace demasiado calor para jugar a la pelota o para andar en bicicleta. Languidecemos mientras vemos pasar la tarde. De pronto, la mamá de uno de mis amigos sale a regar con su manguera. Nos ve, sonríe, y sin ningún aviso nos lanza un chorro de agua. Un helado, refrescante y muy bienvenido chorro de agua. Y la tarde pierde varios grados, mientras la cuadra se llena de risas, mientras nos lanzamos agua con la manguera de la tía.
Miro hacia atrás ese momento, que podría haberse repetido muchas veces durante todos esos meses de vacaciones y pienso que una de las mejores cosas que tiene el verano es que nos une. Ya sea en una playa paradisíaca, en el campo, paseando por la ciudad o como en esos tiempos, refrescándose con los amigos con algo tan simple y noble como una manguera, el verano invita a salir y a compartir, que es finalmente, lo más importante de esta fechas en que para muchos llega el merecido descanso de un largo año laboral o de estudios.
Así que ya sabes, si sales a regar en una de estas asoleadas tardes de verano y ves a un niño (o adulto) caminar cabizbajo, presa del calor, no dudes en regalarle un refrescante chorro de agua sin previo aviso. Te lo agradecerá…la mayoría de la veces.
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