Cuando teníamos vacaciones de invierno
Cuando teníamos vacaciones de invierno y eramos chicos, todo era tan fácil, pero tan fome. Esos días en que la casa era un desierto desolado que miraba un frío impetuoso tras la ventana.
Había que ponerse a inventar sin tierra y sin sol, sin causar daños morales a la propiedad de los chiches de la Mami. Con lápiz y papel: Bachillerato, el Poto Sucio, El Gato cual Cariocas donde la escala real se entendía como el clímax del juego. Y sin ir más lejos, cuando la creatividad llegaba al límite, aparecía la idea de jugar al colegio, siendo el comedor la sala de clases y la hermana mayor la profe. Entonces, ahora, uno se pone a pensar: Eramos tan… especiales.
Hoy en día todo es papaya, que el teatro infantil, que el pintacaritas, que el cuentacuentos, que el taller de cocina, que las clases de zumba, que el cine 3D, 4D, que la cacha de la espada, anda a saber tú. Osea, si un niño me dice hoy en día: ¡estoy aburrido!, les digo: partiste a buscar tu bufanda, tus botas, tu chaqueta, tus guantes y tus orejeras porque vamos a salir como Dora la Exploradora.
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